No debería haber salido nunca de abajo de la mesa.
Ahí tenía mi casa, aunque no tenía WiFi.
El exterior separado con un poco de trapo. No hacía falta más.
La hostilidad se hacía sentir y ese era el motor de mi hogar.
Un día me hicieron salir, el sol me quemó para siempre. La piel cada vez más fina, no puede no sentir cada paso. El tiempo pasó con los ojos cerrados. Apenas abiertos para ver las sombras. Aún las miradas logran traspasar el tejido todo roto. Risas malditas para siempre.